FORMACIÓN...
La salud mental entraña un estado espontáneamente amoroso, y creo que es una ilusión pensar que se puede encontrar la felicidad sin pasar por la capacidad de amar.
Pero el amor es varias cosas, y no una sola. Pienso que hay tres “colores básicos” del amor, que no siempre están igualmente desarrollado en una persona dada.
Podemos hablar de un amor cristiano “ama al prójimo como a ti mismo”, y no se trata del mismo amor del que hablaba Freud, el amor erótico.
Llama la atención el contraste entre estos dos amores, designado por los griegos por los términos Eros y Agape, o por los equivalente latino de amor y caritas. El tipo de amor que se designa como agape o caridad es el que se expresa como bondad o generosidad, y es el “amor al prójimo” que caracteriza no solo al camino cristiano sino a todas las religiones. Culmina esta forma de amor en la compasión, característicos de seres que han llegado lejos en el camino, pero que es también intrínseco a la naturaleza humana, puesto que está presente ya en la experiencia de la maternidad.
Claro que en el mundo humano hay mucha falsificación de este amor bondadoso y compasivo. Ya que se lo predica y requiere de nosotros desde la infancia, estamos más o menos programados para ser buenos; y aún así optamos por rebelarnos, llevamos en nosotros la expectativa de nuestra cultura. Solo es humana la posibilidad de extender el amor compasivo más allá de los hijos, potencialmente a todos los humanos e incluso a todos los seres como amor universal.
Se habla que tenemos un cerebro arcaico, instintivo, emocional que es el cerebro límbico, este es el que se considera como nuestro cerebro amoroso cuya función va quedando postergada en relación al control de la corteza frontal por razones culturales. Pienso que tenemos que recuperar nuestra sabia y santa animalidad.
Pretendemos desarrollar la compasión, pero creo que se equivocan quienes piensan que la compasión es un atributo que aparece en un desarrollo espiritual superior, la bondad es algo que teníamos desde el comienzo, yace en nuestra naturaleza y solo tenemos que recuperarla.
Decía que tanto el amor erótico como el amor benévolo son sanos, y se relacionan con partes de nuestro cerebro. Quisiera agregar que así como el amor cristiano dice relación con el amor maternal, el amor erótico “greco-romano”, que es en esencia amor deseo que se encamina hacia el placer, tienen que ver con nuestro cerebro instintivo y son la parte “hijo” de nuestra naturaleza. En tanto que el componente maternal de nuestra naturaleza da y cuida, nuestra parte filial es aquella que desea, y todos llevamos en nosotros ese niño interior que solo quiere ser feliz. Solo que, así como ha estado eclipsado en nuestra cultura el amor benévolo antes los intereses del dominio y la conquista, ha estado durante muchos siglos postergado este derecho a la felicidad.
Pero aparte de estos dos amores, hay un tercer amor que tiene con el aprecio, con la admiración, con el respeto y con los ideales. Los griegos la llaman “Philia”. Es lo que uno busca en la amistad, lo encuentra en cada persona a quien valora. Hay amistades manipulativas también, en las que en el nombre de la amistad se trata de obtener cosas; pero la verdadera amistad es una en la que uno se interesa en el otro, porque el otro tiene una cualidad espiritual o humana admirable que estimula el propio crecimiento.
Todo esto tiene que ver con lo que significa la figura del padre para el niño. La madre es quien lo protege, pero la madre mira al padre; la madre ama al padre, y el niño que lo percibe, hace lo mismo. El padre representa también aquello que se quiere imitar, pues el amor-valor o amor admirativo es por naturaleza imitativo: nos conformamos internamente según aquello que admiramos y valoramos, y en ello está el origen de los vínculos de autoridad.
Pienso que un aspecto significativo del autoconocimiento sea entender la propia vida desde la perspectiva de los tres amores. Es decir: no solo desde la perspectiva del amor, sino de sus tres variedades o caras. Pienso que la felicidad que todos consciente o inconscientemente, anhelamos depende principalmente de un sentimiento de plenitud que refleja el que seamos seres completos, y que ello a su vez se traduce en equilibrio de amor. Lo más común, sin embrago, es que se tenga mucho de alguno de estos amores y demasiado poco de algún otro. Y me parece que la gente busca llenar la insatisfacción resultante de la falta de realización de alguno de estos con un amor diferente.
Para comprender el subdesarrollo del amor es necesario que prestemos atención a como este deriva en gran medida del sobre desarrollo de algo así como un falso amor, que a su vez no es más que una sed de amor idealizada. Este amor parasitario, tiene + su origen es una carencia. Y la necesidad de amor, por más que se disfrace de amor, es una adicción. Y es tal necesidad de amor que constituye el mayor obstáculo al amor propiamente tal.
Si es cierta esta idea de que es el amor el que nos hace felices, lo importante no es que consigamos ser queridos, sino que logremos comprender y superar los obstáculos que nos impiden movilizar nuestro potencial amoroso.
Fuente: extracto del libro "Cosas que vengo diciendo" - Claudio Naranjo
(…)Basta la consideración de los casos de niños criados por animales para convencerse de que surge la conciencia humana en un contexto intersubjetivo, y basta la consideración de cómo la psicoterapia profunda entraña no sólo una diferenciación respecto de los padres sino también la recuperación de los vínculos amorosos con ellos, para concluir que el desarrollo de la conciencia no es asunto que pueda ser separado en la práctica de la re-integración de nuestro yo interpersonal que, a su vez, entraña empatía y perdón hacia aquellos que, por ser las personas más cercanas a nosotros, inevitablemente fueron los transmisores de una patología social y quienes más profundamente nos hirieron. Especialmente característico del proceso terapéutico es el afloramiento a la conciencia y reintegración a la personalidad de lo que podríamos caracterizar como el “progenitor reprimido”, en vista de cómo es habitual que el conflicto entre los padres lleve al niño no sólo a una identificación preferente con uno de sus progenitores, sino a una implicita denigracion y desidentificación respecto del otro; situación que sólo tras una profunda comprensión llega a modificarse.
Aparte de que la evolución de la conciencia individual vaya aparejada a una capacidad de sostener una actitud amorosa y no defensiva ante el dolor y que también entrañe una creciente integración intrapsíquica, nos sugiere la psicoterapia que el progreso de la conciencia va aparejado a una mayor libertad. Basta con que nos percatemos de lo que ocurre en nuestra mente, para que nuestro estado mental se haga menos compulsivo, así como en la experiencia de la meditación, la observación fina de la mente la "vuelve a casa" en cierto modo. Y es inevitable que la mayor conciencia que trae la comunicación del pensamiento espontáneo en la situación psicoanalítica lleve a la persona a discriminar entre sus pensamientos verdaderos y sus pensamientos prestados o postizos, una especie de pensamiento parasítico, del que comienza a liberarse. Y también la vida emocional se hace más libre, a medida que, a través de la toma de conocimiento de sus sentir la persona se va sintiendo más dueña de sentir lo que siente.
Este proceso es bien conocido para los que han trabajado con terapia respiratoria, en vista de la medida en que la respiración refleja la vida emocional: basta con la respiración espontánea consciente para que no sólo la respiración, sino también el estado emocional de la persona, se vayan tranquilizando
Pero lo mismo puede decirse, naturalmente, de toda la vida -y particularmente de la vida de relaciones: la simple toma de conciencia es sanadora y a veces basta con captar uno de nuestros patrones relacionales compulsivos para que comencemos a desidentificarnos de este -recuperando la libertad de actuar en forma creativa y apropiada a las circunstancias, en vez de hacerlo desde la inercia de tempranos condicionamientos obsoletos.
Otro hecho respecto de la conciencia, que se nos hace presente a través de la consideración de la experiencia terapéutica, es su "interdependencia recíproca” respecto del dolor. Es el sufrimiento el que nos ha llevado a defendernos con la inconciencia, y la inconsciencia, a su vez, interfiriendo con la salud de nuestras relaciones y decisiones, nos acarrea sufrimiento.
Es el dolor el origen temporal de nuestra inconsciencia, así como su origen siempre presente; pues persiste el pasado en nuestro presente, y específicamente el dolor del pasado nos hace hipersensibles y disfuncionales ante las dificultades, frustraciones y fricción natural de la vida. Y persiste el pasado en el presente a través de nuestra personalidad, que es algo así como el programa que desarrollamos para no sufrir ante nuestras dificultades.
Así, por ejemplo, el dolor nos enseñó a rehuir o evitar el castigo a través de la inhibición de la propia libertad; y luego la inconsciencia sirve a nuestra cobardía, por el simple hecho de que para seguir dándoles vida en nosotros a los fantasmas amenazantes de los que nos parece indispensable precavernos (para evitar volver a sufrir) es necesario que perdamos contacto con la realidad presente. Además, ayuda la inconsciencia al que ha sucumbido al miedo de ser, a través de un olvido de la plenitud sana y una desconexión del llamado de su ser esencial, inevitablemente amenazante.
Tomemos el caso de un diferente tipo humano: el orgulloso. En este caso, el individuo aprende a seducir para evitar el dolor del desamor, y eso entraña engañar al otro respecto de la propia necesidad de amor que se esconde bajo la máscara del amor desinteresado. ¿Pero cómo podría engañarse la persona sin un sacrificio de su conciencia?
Así como sirve la inconsciencia a los fines de parecer una persona más deseable o a los fines del miedo a intimidar, sirve también a cada una de esas pasiones que la doctrina cristiana llama pecados capitales y que no son otra cosa que una serie de necesidades neuróticas fundamentales.
Están, así, interrelacionadas la inconsciencia y la ira, como se ha sabido desde siempre y la psicoterapia confirma día a día: la conciencia irradia amor y el camino del amor sirve al progreso de nuestra conciencia; la inconsciencia sirve a la ira -famosamente ciega- y la ira es obstáculo a la conciencia espiritual.
Digamos que al centro de nuestra neurosis está el dolor y que el acto más fundamental del ego es uno de defensa a través de la inconsciencia; llámese represión, negación, desconexión o como quiera que la situación haga más pertinente. En cada caso, sin embargo, nuestro intento de no sufrir se nos vuelve una fuente de sufrimiento innecesario renovado. Podríamos incluso decir que la esencia del camino espiritual sea una transformación de nuestra actitud ante el sufrimiento.
Cuando niños, nuestra fragilidad y dependencia respecto de nuestro entorno nos doblegó, y el sufrimiento nos ha dejado en un estado de alarma automática y obsoleta.
Necesitamos aprender, por lo tanto, a relajarnos ante el dolor aceptando la realidad de nuestra experiencia y encontrando la actitud más sana posible frente a lo que nos duele o molesta. Tarde o temprano, descubriremos que tal actitud sana es una actitud amorosa. Pero saberlo no nos ahorra el proceso, pues ello es mucho más fácil de decir que de hacer: nuestro amor es, por lo general, muy delicado y soporta poco las frustraciones. Ser capaces de mantener viva la llama del amor cuando más duele es característico de la compasión que- como hemos visto- es hermana de la sabiduría.